Ciclo de Debate por la Izquierda. Por la recuperación de la Memoria Histórica en la Vega Baja
Ayer tuvo lugar con motivo del Ciclo de Debate desde la Izquierda que organizó EU de Almoradí, “ POR LA RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA HISTÓRICA EN LA VEGA BAJA ”un coloquio para recordar y homenajear a todas las víctimas de la represión franquista que todavía hoy intentan silenciar desde la democracia. Intervinieron Javier Campos Serna, miembro de la agrupación Guerra y Exilio y fue presentado por Maria Jesús Pérez Galant, representando al colectivo local de Esquerra Unida.
Enrique Cerdán Tato recibió en el año 1991 el Premio de las Letras Valencianas y en el 2003 el Premio Libertad de Expresión. «Es autor, entre otras colaboraciones y estudios históricos, del libro La lucha por la Democracia en Alicante»,
El campo de concentración de Albatera (ubicado actualmente en el término municipal de San Isidro al sur de la provincia de Alicante) fue uno de las más duros que hubo en España tras el final de la Guerra Civil Española. Se instaló en lo que fue un antiguo campo de trabajo de la República nada más terminar la Guerra Civil Española, y permaneció abierto hasta octubre de 1939. Este campo de trabajo se construyó con el fin de internar a los presos desafectos a la República. Se inauguró el 24 de octubre de 1937 por el ministro de justicia Manuel de Irujo en plena Guerra Civil Española, siendo su capacidad la de unas tres mil personas. En este campo de trabajo los internos realizaban, básicamente, labores agrícolas.
Tras el final de la Guerra Civil Española en el puerto de Alicante, y después de haber pasado por el campo de los almendros, comenzaron a llegar a Albatera miles de prisioneros. Llegaban en convoyes ferroviarios y en camiones tras un largo y penoso viaje. La cifra de prisioneros se sitúa entre veinte y treinta mil.
El campo de concentración quedó establecido el 11 de abril de 1939 según una nota del Estado Mayor del dictador Franco.
Las condiciones de vida en el campo eran durísimas; la única comida que recibían los presos eran chuscos de pan y sardinas. También era notable la sed que padecieron los presos por la falta de agua y el enorme calor que hacía en el lugar.
En cuanto a las medidas represoras también fueron de enorme dureza. Se produjeron torturas, todo tipo de humillaciones y vejaciones, y fusilamientos. Se numeraba a los presos, de tal forma que si uno de ellos se fugaba, se fusilaba a los que tenían los números anterior y posterior.
Además de estos asesinatos que se producían sin juicio previo, estaban las constantes “sacas” de presos. Grupos de falangistas y “vencedores” venían desde todos los puntos de España a buscar presos conocidos por ellos. Una vez localizados, se los llevaban en camiones y los fusilaban en los alrededores del campo.
El Campo de Albatera supuso el próximo destino de muchos de esos prisioneros. Su traslado se realizó en vagones borregueros desde la estación de ferrocarril de Alicante. Según algún testimonio, se hizo trasbordo en Elche hasta la llegada a lo que fue el Campo de Trabajo de Albatera, que se convertiría desde ese momento en un campo de exterminio, siendo así como lo bautizarían años más tarde los que recuerdan su paso por el lugar.
Pero terminó la Guerra Civil.
Y los vencedores mancillaron no sólo el nombre del Campo, sino su utilización.
El gobierno franquista se limitó a aprovechar el cerco de alambre y alguna estructura habitacional.
El resto, fue un infierno.
La Hoja Oficial de Alicante (28 / IV / 1939) cifraba en seis mil ochocientos a la población reclusa en Albatera; mientras que la memoria anual de 1938 hablaba de la posibilidad de albergar a dos mil personas. Obviamente, la última fuente estima esa cifra respecto a las estructuras habitacionales; sin embargo, los presos de 1939 se instalaron en el terreno que circundaba los barracones. Entre los testimonios, las cifras oscilan llegando incluso a hablarse de 20.000 ó 30.000
En cuanto a la alimentación, se trataba de un menú que ninguno de los supervivientes a conseguido olvidar: pan y sardina. Con el paso del tiempo y con un número de presos sensiblemente disminuido, el racionamiento evoluciona de las sardinas y el pan a un plato de caldo de lentejas.
Aunque este plato ya había sido común para algunos presos en el Campo de los Almendros, no menos denigrante resulta el hecho del estado de las letrinas. A pesar de que entre las instalaciones republicanas hay constatación de la existencia de servicios, nunca éstos fueron utilizados por los presos del franquismo que, durante los primeros días, realizaban sus necesidades en cualquier parte. Para resolver el problema que había provocado la alarma en la dirección, mandaron abrir zanjas en el terreno a modo de letrinas. Éstas se situaban justo debajo de las alambradas, con lo que conllevaba otras consecuencias indirectas el acercarse a ellas, ya que según nos indica un superviviente, "a cada preso le pertenecía un número y un grupo. Así pues, como medida antifuga se dictaminó que se fusilaría al número anterior y posterior que correspondiera con respecto al del fugado. Así, se conformaba una red de vigilancia interior con toda la fuerza que esa dominación psicológica y de enfrentamiento entre los reclusos conllevaba para los vencedores".
¡Qué ganas tienen algunos de que vayan desapareciendo los pocos y desvencijados supervivientes!
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